En medio de la inmundicia,
en medio de la soledad,
y uno en el corazón.
Así llegó, así apareció,
mendigo disfrazado de príncipe,
velas en una mano
y pinceles en la otra.
En el hogar de mi alma te acogí,
entre tiernos pétalos te envolví
suavemente los ojos cerré
y de ti me alimenté.
Olvidé el dolor de la espina de una rosa
y en mi corazón clavarse la dejé ,
el ardor de espadas candentes
atravesando mi ser toleré .
Maldita la impotencia de la mente,
maldita la terquedad del corazón,
maldita el alma tantas veces remendada,
como pedazos de nada al fuego lanzada.
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